Entre
cuatro paredes
Por Ricardo Miranda
Rodríguez
Los rayos del sol se asoman su ventana y
poco a poco entra el calor a la habitación. Sin embargo, él lo ignora: no
quiere levantarse. Su madre le llama varias veces y le dice que se le hace
tarde, pero él busca cualquier excusa para quedarse en casa. Su madre insiste
-ya molesta- y no tiene más remedio que levantarse. Ya arreglándose, las lágrimas
comienzan a caer por sus mejillas pecosas. Nadie sospecha que algo ocurre;
todos piensan que todo anda bien.
Camino a la escuela, comienza a sentir un
fuerte dolor de estómago, pero finge estar bien: no quiere admitir nada. Se
pone sus audífonos y recuesta su cabeza en la ventanilla. Una vez llega a la
escuela, su madre se despide y nota que su hijo está triste. Le pregunta si
algo ocurre y el responde que no con su cabeza pelirroja. No le queda más a su madre
que darle la bendición y y seguir hacia su trabajo.
El dolor de estómago aún no ha
desaparecido, no ni quiere merendar… La mañana transcurre a ritmo “normal” pero
él siente que las horas pasan lento y pronto vivirá de nuevo lo que tanto teme.
Suena el timbre que anuncia el recreo y todos se levantan muy animados, excepto
él. Todos salen del salón, menos él... Su maestra nota algo extraño y le
pregunta si todo está bien. Una vez más encoge su rostro y con un ambiguo gesto
responde que sí. Salen juntos del salón y justo en la esquina un grupo de
varones, mayores que él, le hablan entre risas y murmullos. La maestra sin
darse cuenta, le dice que vaya y juegue con sus amigos.
Él camina en dirección contraria, tratando
de huir. Los muchachos corren hacia donde él y comienzan a insultarlo. Le
quitan su almuerzo, lo empujan, lo golpean y lo obligan a callar lo que está
ocurriendo, lo amenazan para que no hable. Él se aleja, mientras ellos se
siguen burlando hasta que suena el timbre que anuncia el regreso al salón.
Vuelve a su asiento tembloroso, sin ánimos. La maestra le vuelve a preguntar
si está todo bien y lo envía a la oficina de la directora. Pero él recuerda las
amenazas que le hicieron aquellos muchachos y le dice que no quiere ir.
Llegó por fin la hora de salida y su madre ya lo estaba
esperando. Salió rápido para montarse en el auto. Su madre le preguntó sobre su día y él vuelve a repetir que todo había estado normal. Su madre no sospecha nada… Esa noche él no quiere hacer nada, ni si
quiera comer. Dice que está cansado y prefiere quedarse encerrado en su cuarto.
Su mamá lo hace dormido, mientras de él solo se escucha el llanto. Se siente
solo, triste, con mucho miedo y no sabe que más hacer. Lo peor de todo, no se
atreve a hablar sobre lo que le ocurre.
Le pide a Dios que lo ayude y que esa noche nunca termine: prefiere no volver jamás
a la escuela. Se pregunta cuántos otros habrá igual que él, cuántos otros sabrán
de injusticias y se hacen cómplices, cuántos dormirán rogando a que no llegue el mañana, así como él… ¿Cuántos otros? Entre sollozos, preguntas y llanto: se quedó
dormido.
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